Con
la idea de “disfrazado/a
por un día” creo
que nos ha servido a todos para superar un poco la vergüenza y ser
menos vulnerable a comentarios ajenos.
Cuando
el profesor planteó la actividad, nada más hacerme la idea de estar
toda una mañana disfrazada en el colegio y ser el centro de la
mayoría de las miradas, era algo que ni me lo planteaba. Pero
finalmente acepté el reto como la mayoría de mis compañeros.
Al
principio estaba muy tranquila porque me tocaba un día muy lejano, a
principios de Diciembre, así que a penas echaba en cuenta el tema
del disfraz. Los compañeros empezaron a disfrazarse y entonces
empecé a pensar en qué me podría disfrazar. Sin darme cuenta me
habían cambiado el día y me tocaba disfrazarme en breve, me puse
nerviosa pues, yo estaba muy tranquila pensando en que todavía me
quedaba mucho tiempo para asumirlo.
Al
montar mi disfraz me lo probé, nada más mirarme al espejo pensé:
“yo no salgo de mi casa, que vergüenza”. Dejé el tema del
disfraz un poco apartado, lo intentaba ignorar, pero sabía que en
breve tendría que ponérmelo para ir a clase. La noche antes me
volví a probar el disfraz, y me veía realmente más ridícula que
la primera vez que me lo puse, pero enseguida me lo quité y me eché
a dormir pensando en por qué habría aceptado el reto.
Llegó
el día y nada más despertarme me levanté decidida a por el
disfraz, al ponérmelo me miraba en el espejo y no podía creer que
estuviera haciendo eso. Al salir a la calle es cuando peor lo he
pasado, puesto que en el colegio, la gente realmente sabe porque
estás disfrazada, pero la gente de fuera no y la verdad que algunas
personas, sobre todo gente mayor, me miraban como si yo estuviera
loca por ir un martes disfrazada de animadora atravesando la plaza a
las 8:15 de la mañana, realmente si yo estuviera en su lugar, creo
que también lo pensaría un poco. Mi madre me hizo compañía
durante el camino, pero al llegar a su trabajo me dejó sola, cosa
que me daba más vergüenza, al despedirme de ella pensé: “por
favor, que se me pase rápido el día de hoy”.
Al
doblar la esquina ya empezaba a verme gente, mi vergüenza aumentaba,
algunos se reían, mis amigas me abrazaban y otros se querían echar
fotos conmigo, pero yo no dejaba de estar pasando una vergüenza
increíble. Después durante el desarrollo de la mañana la cosa
mejoró, ya me estaba acostumbrando y poco a poco casi se me olvidaba
que iba disfrazada. Al tocar el timbre a las tres, me despedí de mis
compañeros y me dirigí tan normal hacia el trabajo de mi madre, ya
me daba igual ir así por la calle, estaba acostumbrada.
La
verdad que después de todo no ha sido para tanto, y me encanta haber
aceptado el reto, porque la gente que me conoce, casi nadie pensaba
que fuera capaz. Con esta actividad he aprendido a que me sea más
indiferente como me mire la gente, tampoco es que me importase tanto
realmente antes, pero al ser tímida, hace que sea vergonzosa.
Repetiría esta actividad si hiciera falta, me ha gustado mucho y al
final la he encontrado bastante útil.
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